7/24/2019 Herbert Haag - El Diablo Un Fantasma
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EL DIABLO
UN FANTASMA
HERBERT HAAG
CONTROVERSIA
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HERDER
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Versin castellana de A L E J A N D R O E S T E B A N L A I O RROS
d e la o b r a de IIBRBKBT HAA G ,
Absthied
vom
Teufet,
B e n z i n g e r V e r l a g , E i n s i e d e l n
(g) Benzinger )erlag, Einsiedeln
1969
(g}
Editorial lierder
S. A.,
Provenza
38 ,
Barcelona (Espaa)
1973
ISBN 84-254-0800-8
E 8 P R O P I E D A D
D b P B U o
L K G A I B 34
4 4 1 - 1 9 " 2
Pf ll lSTED
1N
SpAIN
G R A F B S A , j N po l e s 2 4 9 , B a i c e l o n a
NDICE
I. El enemigo es el diablo 7
II .
Se hizo semejantea los hombres . . . . 13
III.
Propenso al maldesde la adolescencia . . 19
IV. Todos mueren
en
Adn
27
V. Y Satn incit a David 35
VI.
La envidia del diablo 43
VII.
No deis lugar al diablo 53
VIII. Sali
61
IX. Muerte, dnde esttuvictoria? . . . . 67
X .
El
ltimo Adn
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EL ENEM IGO ES EL DIABLO
Por todos lados llega hasta nosotros el clamor de
la miseria en el mundo: la miseria de la guerra y de la
fuerza brutal; la miseria de la injusticia social, de
la pobreza y del hambre; la miseria de la enfermedad,
la miseria de la duda, de la tentacin y de la desilu
sin. Pero en definitiva, por encima de todas estas mi
serias se cierne una: la miseria del mal, del mal en el
mundo y del mal en nuestros corazones. Esta miseria
podemos designarla tambin como la miseria de la
muerte. En efecto, el mal como todos lo hemos ex
perimentado ya dolorosamente no conduce a la vida,
sino a la muerte. Y quien camina por este mundo con
los ojos abiertos tropieza una y otra vez con el he
cho de que el poder de la muerte surge con
ms.
fuer
za que el poder de la vida.
Que ello sea as, es ya bastante miseria. Pero esta
miseria se presen ta todava con mayor agude za si plan
teamos la cuestin: y esto por qu? F ren te al ma l
tenemos siempre la sensacin indubitable de que aqu
sucede algo que propiamente no debera suceder, pe-
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ro al mismo tiempo tenemos tambin con frecuencia
la sensacin de que est pasando algo a que el hom
bre de hecho no puede sustraerse. Sabemos que desde
la redencin qued quebrantado el poder del mal.
Pero este saber es en gran manera teortico, pues en
realidad experimentamos constantemente la muerte y
el pecado como un poder permanente. Y lo que quiz
ms nos inquieta es el tener que preguntarnos: Pero
ha cambiado algo en el mundo con la cruz de Jess?
En qu consiste la redencin, en qu consiste la vic
toria sobre el mal?
No es posible hurtar el cuerpo a estas preguntas.
A diario vuelven a surgir ante nosotros, atormentn
donos y oprimindonos, y no sabemos cmo contes
tar. Se debe esto nicamente a que somos incapaces
de responder, o es que quiz no haya respuesta po
sible?
En todo caso, una cosa debemos asegurar desde el
princ ipio: Cuand o nos servimos de los concepto s el
mal, el poder del mal, nos referimos a una enti
dad indeterminada, a algo meramente pensado, a algo
que slo est en nuestras mentes; es necesario con
vencerse de que el mal en s no existe. El mal
slo existe en cuanto que toma cuerpo en una per
sona, a causa del querer y del obrar de esta persona.
No existe el mal, sino que existe el hombre malo, el
hombre que hace algo malo.
Hasta aqu no habr quien no est perfectamente
de acu erd o Pero sigamos preguntando todava: C
mo se le ocurre al hombre hacer algo malo? A qu
se debe que sea un hombre malo? Me diris: Desde
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luego, el mal en s no existe. Pero existe el malo,
el maligno. ste es el mal en persona, la encarnacin
del mal. Por l, por sus intrigas, sus maquinaciones y
sus ardides adquiere poder el mal en la tierra. l
siembra el mal en los corazones de los hombres.
l los induce a hacer mal.
Esta respuesta se apoyar en el testimonio de la
Sagrada Escritura. Se ve ya confirmada por el relato
del paraso. La serpiente, el diablo, tienta a la mujer,
la incita al pecado. Por s misma no habra tenido
Eva la idea de peca r (G en 3, 1-7). Y en el Nuevo Tes
tamento leemos que Jess fue tentado por el diablo.
Jess mismo habla constantemente del diablo. El dia
blo es el enemigo que siembra cizaa entre la buena
simiente de D ios (Mt 13, 39) y se lleva de los corazones
de los hombres el buen grano de la palabra de Dios
(Le 8, 12). As lo aprendimos ya en el catecismo:
desde que los primeros padres se hicieron esclavos del
diablo por el primer pecado, tiene l poder sobre los
hombres y trata de perderlos en cuerpo y alma. Es
verdad que Jess lo venci en la cruz; sin embaigo,
toda vida cristiana en seguimiento de Jess como
la vida de Je ss mismo es una lucha ince sante con
el diablo.
Por esto mismo tenemos tambin la costumbre de
implorar la proteccin contra el demonio. Hasta hace
pocos aos se rezaba todava la oracin siguiente al
final de cada misa rezada: San Miguel Arcngel,
defindenos en la lucha. S nuestra proteccin contra
la malicia y las asechanzas del demon io... C on el po
der de Dios precipita al infierno a Satans y a los
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otros espritus malignos que van rondando por el mun
do para la perdicin de las almas. No hay letana que
no contenga una invocacin contra las asechanzas del
demonio. En muchos cnticos religiosos y en muchas
oraciones corrientes se implora la ayuda de Dios y de
los santos en la lucha contra el enemigo maligno.
Slo en Completas, que es la oracin nocturna del bre
viario, se menciona tres veces al diablo.
Ms an, en los mismos inicios de la vida cristia
na, en el bautismo, est presente el demonio. Nada
menos que tres exorcismos se contienen en el rito tra
dicional del bautismo, y la renuncia expresa a Satans,
a sus obras y a sus pompas forma parte de la renova
cin de las promesas del bautismo en la solemnidad de
la primera comunin y en la celebracin anual de
la vigilia pascual. Desde la ms tierna edad se pone
ante los ojos de los nios el tremendo y amenazador
poder del diablo, y este miedo acompaa a muchos
cristianos hasta el fin de su vida.
De hecho parece que en la oracin y en la predi
cacin de la Iglesia, como en la Sagrada Escritura, se
expresa en forma convincente la creencia de que el mal
viene del diablo. Pero es as en realidad? Esta pre
gunta preocupa al hombre de nuestros das con una
fuerza extraordinaria. El cristiano creyente no puede
ni qui ere dar una respuesta a la gera. Por una part e
est dispuesto a aceptar incondicionalmente la palabra
de la Sagrada Escritura. Por otra parte sabe que los
autores agrados, los escritores bblicos , aun estando
indudablemente al servicio de la revelacin divina, no
dejaban de ser hijos de su tiempo, y al pensar y al es-
1
cribir se basaban en concepciones que el Dios de la
revelacin no quiso nunca imponer a la entera huma
nidad venidera. As pues, no basta con sealar que la
Biblia habla de Satans. Tenemos adems que pregun
tar si tales aserciones bblicas forman parte de la
doctrina de fe obligatoria de la Iglesia o son nicamen
te elementos no obligatorios, pertenecientes a la idea
del mundo propia del ambiente bblico.
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SE HIZO SEMEJANTE
A LOS HOMBRES
Sea cual fuere la respuesta que se d a la pregunta
de porqu hay mal en el mundo, en todo caso una
cosa es cierta: la decisin de ha cer el bien o el mal
est en manos del hombre. Dios cre al hombre libre,
y el hombre debe optar con libertad por el bien. Desde
luego, esto indica que el hombre puede optar tam
bin por lo que no es bueno, por el mal. En esto se
cifra la dignidad, pero tambin la miseria del hom
bre,
que constantemente se ve ante la alternativa de
elegir entre el bien y el mal. Todos conocemos por
experiencia el conflicto que se da en nuestros corazo
nes y, en conexin con este conflicto, el halago y
seduccin que incita al mal. A esta situacin damos el
nombre de tentacin.
La tentacin se funda en la naturaleza humana, en
la libertad del hombre. Sin tentacin no hay verda
dero ser de hombre. Esto puede servirnos ya de con
suelo en las apreturas de la tentacin: sabemos que
se trata de algo fundamentalmente humano. Nuestro
tiempo parece tener un sentido completamente nuevo
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para lo humano. Quiere tomar en serio al hombre en
su condicin creada, por lo cual pone empeo en en
cuadrar razonablemente en el todo de la vida humana
todas las manifestaciones de su naturaleza. Por esta
razn, tampoco deberamos sentirnos ya tan descon
certados ante el fenmeno de la tentacin. En efecto,
esto concierne a la medula misma del ser humano; en la
tentacin nos vemos interpelados en nuestra libertad.
Ser hombre supone ser tentado, y ser tentado supone
que uno es hombre.
Por esta razn tambin Jess hubo de ser tentado.
Para el seguidor de Jess es un consuelo en la tenta
cin saber que tambin nuestro Seor fue tentado.
Porque l era verdadero hombre, y ser tentado forma
parte del ser de hombre. Se despoj de s mismo, to
mando condicin de esclavo, hacindose semejante a
los hombres: as se expresa la Iglesia apostlica en el
himno de la carta a los Filipenses (2, 7), que es su gran
diosa confesin de la verdadera y plena humanidad de
Jess.
La Sagrada Escritura refiere ms de una vez que
Jess fue tentado. Segn los tres evangelios sinpti
cos,
le asalt la tentacin en dos momentos decisivos
en su vida: al comienzo de su vida pblica y poco
antes de su pasin. Sobre la primera prueba dolorosa
leemos en san Ma rcos slo esta breve frase, ple trica
de contenido: Luego, el Espritu lo impele al desierto.
Permaneci en el desierto cuarenta das , s iendo tenta do
por Satans (1, 12s). En Mateo y Lucas, esta noticia
lapidaria fue desarrollada en las prolijas narraciones
sobre la triple tentacin de Jess, de las cuales nos
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es familiar principalmente la de Mateo, por leerse en
la liturgia como evangelio del primer domingo de
Cuaresma.
En la historia de la pasin se nos informa tambin
de una segunda y tremenda tentacin, que sobrevino
a Jess poco antes de su pasin, en el huerto de G et-
seman. Con tristeza y desaliento mortal dirige su
oracin al Padre. Luego despierta a los discpulos y
les dice que hagan lo mismo: Velad y orad, para
que no entris en tentacin (Mt 26, 36-41). Porque,
cmo podrn los discpulos salir a flote en la ten
tacin, si a duras penas lo logra el Seor? Si alguien
sabe lo que es tentacin, es Jess. Por eso invita tam
bin a los discpulos a orar para que el Padre los
exima de la tentacin, y en la oracin dominical les
pon e esta peticin en los labios: No nos. lleves a la
tentacin.
Ahora bien, sera ciertamente falso considerar co
mo excepciones las dos situaciones en que los Evange
lios nos muestran a Jess en la tentacin. Ms bien
parece que la tentacin acompa a Jess toda su
vida. La carta a los Hebreos habla muy en general de
las tentaciones de Jess: Porque no tenemos un sumo
sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras de
bilidade s, sino al contrario: ten tad o en tod o, como se
mejante nuestro que es, pero sin pecado (4, 15) En
todo fue tentado, en todos los terrenos y en todas for
m as :
en el ham bre y en la sed, en el fro y en la fatiga,
en xitos clamorosos y en fracasos desalentadores, en
la necesidad de amor, en la soledad y en la incom
prensin de sus ms allegados, en la importunidad de
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las gentes y en la hostilidad de los dominantes. Ai dar
Jess una ojeada retrospectiva a su vida, le aparece
sta ni ms ni menos que como una nica tentacin
continua da, y as testifica con gratitud a sus discpulos:
Vosotros habis permanecido constantemente conmi
go en mis pruebas; por eso, igual que mi Padre en
favor mo de un reino, yo tambin dispongo de l en
favor vuestro (Le 22, 28s).
Como Jess mismo fue tentado, dice la carta a los
Hebreos, as puede sentir com-pasin con nuestras
tentaciones. En el texto original griego del Nuevo Tes
tamento se usa aqu el verbo sympathein, del que vie
ne nuestra palabra simpata, aunque nosotros usamos
la palabra simpata en un sentido bastante desva
do , entendiendo generalmente por simpata una cier
ta inclinacin afectiva. En realidad, sympathein signi
fica padecer-con (otro). Por consiguiente, slo se
puede hablar en verdad de simpata cuando hacemos
nuestro el dolor del prjimo. Para nosotros es suma
mente consolador saber que Jess mismo pas ya por
todas nuestras tentaciones. Sabe lo que es tentacin.
Pero tambin sabe lo que es verse uno abandonado
en la tentacin. Todava hace unos momentos acaba
de decir con gratitud a sus discpulos: Vosotros ha
bis permanecido constantemente conmigo en mis prue
bas (Le 22, 28), y poco despus ellos se duermen
mientras l lucha solitario contra la tremenda tenta
cin. Por eso l no puede dejarnos solos en la ten
tacin.
Pero tiene todava hoy Jess necesidad de nues
tra asistencia en la tentacin? Si acepta como pres
t
tado a l mismo el ms mnimo servicio de amor que
prestamos a un semejante (cf. Mt 25, 40), sin duda
debe decirse lo mismo de la asistencia y del sympa-
thein, de la compasin en la tentacin. Asistir a un
hermano o a una hermana en la tentacin es lo mismo
que asistir al Seor, y esto se llama fidelidad de dis
cpulo. Tal fidelidad viene recompensada por el Se
or con la promesa: Vosotros habis permanecido
constantemente conmigo en mis pruebas; por eso, igual
que mi Padre dispuso en favor mo de un reino, yo
tambin dispongo de l en favor vuestro.
Asistir al prjimo en la tentacin es amor. Pero
todava es mayor amor no convertirse uno en tenta
cin para l. El que hace una injusticia a un semejante
se vuelve tentacin para l, pues se siente tentado
pagar injusticia con injusticia y a dar rienda suelta
al odio, a la aversin, a la dureza de corazn y a la
exasperacin. Por eso nos advierte tan gravemente Je
ss que no demos ocasin de pecado a los pequeue-
los.
Ay de aquel hombre por quien viene el escn
dalo (Mt 18, 7). No estamos llamados a causar pena
al prjimo, sino a ayudarle. En la carta a los Roma
nos escribe san Pablo estas bellas palabras: C ad a uno
de nosotros procure complacer al prjimo para el
bien, para la edificacin (15, 2).
17
u - i r * , . -i
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PROPENSO AL MAL
DESDE LA ADOLESCENCIA
Hemos reflexionado sobre la tentacin y hemos pre
guntado por su sentido. Hemos visto que ser tentado
es propio del ser humano. No seramos hombres nor
males , autnticos , s i no tuviramos tentaciones , s i no
conociramos la tentacin. Jess , como verdad ero hom
bre que era, fue tambin tentado. Fue tentado en
todo, como semejante nuestro que es , pero sin pecado
(Heb 4, 15).
En esta asercin tienen importancia para nosotros
las ltimas palabras:
sin pecado.
Jess fue semejante a
nosotros en el hecho de ser tentado. Pero era distinto
de n osotros en cuanto que venci todas las tentaciones.
Nunca tentacin alguna hizo caer a Jess en pecado.
Ahora bien, sta es precisamente nuestra miseria, que
la tentacin, aunque no siempre, con frecuencia nos
lleva al pecado.
Y es que no slo la tentaci n, sino tam bi n e l pe
cado, forma parte de nuestra condicin humana. Sin
pecado, no hay ser humano. Slo Jess pudo hacer
esta pregunta: Quin de vosotros podr convencer
n
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me de pecado? (Jn 8, 46). Nadie ms que l estaba
exento de pecado. As pudo tambin salvar a la mujer
adltera, lanzando a sus acusadores este reto: Aquel
de
vosotros
que no tenga pecado, tire la primera pie
dra (Jn 8, 7). No hubo quien tirara una piedra.
Este destino humano se nos muestra ya en las pri
meras pginas de la Biblia. Desde la infancia estamos
familiarizados con la narracin del paraso: cmo Dios
cre al hombre y a su mujer, cmo los llev al huerto
de delicias, dejndolo enteramente a su disposicin, a
excepcin de un rbol; cmo luego la tentacin se ofre
ci al hombre y el hombre cay en la tentacin. Uno
tras otro, sin interrupcin, se siguen los tres actos del
drama: creacin, tentacin, pecado. Apenas creado,
se ve el hombre tentado, y apenas tentado, peca.
Con el hombre aparece tambin el pecado. El pe
cado es la primera accin que la Biblia refiere del
hombre. Desde el comienzo mismo es el hombre peca
dor. Tal es el sentido del clebre versculo del salmo:
En maldad fui formado, en pecado me concibi mi
madre (Sal 51, 7).
Lo ms curioso en el relato del primer pecado es
que el hombre no tema la menor necesidad del fruto
proh ibido. En el paraso tena lo que necesitaba para su
felicidad. Pero todo esto no lo ve l ya: su mirada se
fija en lo prohibido. En el Nuevo Testamento tenemos
un ejemplo parecido en la parbola del hijo prdigo.
Tambin l llevaba en casa de su padre una vida fe
liz,
sin preocupaciones. Pero entonces se le ocurre
pedir descaradamente su herencia, pensando que fuera
de la casa paterna gozar de mayor felicidad; luego.
20
demasiado tarde, reconoce cuan desatinadamente ha
procedido (Le 15, 11-32).
La misma afinidad de las ideas con la parbola
neotestamentaria nos muestra que tambin en el relato
del paraso nos hallamos ante una parbola. Esta his
toria no tuvo nunca lugar en esta forma, no es una
historia realmente acontecida. Nunca hubo en la tierra
un paraso, nunca existi un estado de dicha serena
e imperturbada, nunca hubo vida sin sufrimiento. Y,
sin embargo, nos hallamos ante un relato verdadero; al
igual que la parbola del hijo prdigo, si bien no re
fiere un hecho histrico, es, con todo, una historia
verdadera.
Todas las parbolas son. relatos inventados
y, no obstante, son relatos verdaderos. Nunca han
acontecido, y acontecen todos los das. Por eso, tam
poco Adn es un personaje histrico concreto, sino sim
plemente el tipo del hombre. l es el hombre, tal co
mo es, como ha sido y como ser siempre. El relato
del paraso nos quiere mostrar esto: tal es el hom
bre,
tan fcilmente cae en la tentacin de pecar.
La Sagrada Escritura no nos informa por tanto de
un primer pecado histrico, de un pecado original. Na
turalmente, algn pecado tuvo que ser el primero en
la tierra. Pero de este pecado no sabemos nada: est
envuelto en la oscuridad y en el olvido de los remotos
tiempos primordiales. Lo que el relato del paraso
quiere describirnos no es el primer pecado, sino sen
cillamente el pecado del hombre, tal como ha sido, es
hoy y seguir sindolo siempre.
As tambin hay que descartar las conclusiones que
desde antiguo estamos acostumbrados a sacar de este
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primer pecado. Lo penoso y caduco de la vida del
hombre no tiene su origen en el pecado del primer
hombre. El que el relato del paraso presente los dolo
res del parto y la muerte corporal como castigo del
pecado se explica como ropaje literario de la parbola.
La Biblia no pretende formular enseanzas sobre la
naturaleza fsica del hombre. Y sobre todo, no dice
nada de que el hombre antes de la cada poseyera una
inteligencia ms lcida y una voluntad ms fuerte,
tal como lo han enseado la teologa dogmtica y el
catecismo. Adn, tal como lo presenta la Biblia, no
muestra ni lucidez de inteligencia ni fuerza de volun
tad. Presta una fe ciega a los cuentos de Eva y de la
serpiente y no opone la menor resistencia a la tenta
cin. La constitucin fsica y moral del hombre no ha
sido nunca ni ms ni menos que la que es hoy.
Entonces, qu decir de su estado de justicia ori
ginal? Segn la doctrina tradicional de la Iglesia, la
primera pareja en el paraso estaba dotada de unos
maravillosos y esplndidos dones de gracia. Ahora
bien, Dios castig tan duramente a los primeros pa
dres por el pecado, que perdieron la vida de la gracia
no slo para s mismos, sino incluso para toda su des
cendencia. Consiguientemente, s igui el mundo un
rumbo completamente diferente del que Dios haba
que rido y planeado. Con toda razn nos escandaliza
mos ante la idea de tal castigo, que en modo alguno
est en proporcin con la accin pecaminosa de un
solo homlre. Sera verdaderamente cruel un Dios que
no slo no diera al pecador la menor posibilidad de
arrepentiniento, s ino que adems castigara a los ino-
22
centes descendientes del pecador, los repudiara y los
dejara en un estado calamitoso hasta que por fin (qui
zs al cabo de un milln de aos ) enviara al Reden
tor para expiar el pecado de Adn. Este Dios crea
dor sera adems un D ios curiosamente impo tente, cuyo
mundo habra evolucionado diferentemente de como
l tena previsto. Todas estas ideas proceden de la
falsa suposicin de que en el relato del paraso se ha
bla de un pecado histricamente primero.
En realidad la situacin dichosa del primer hom
bre (si siquiera se puede hablar legtimamente de un
primer hombre) no difera en nada de la de todos los
hombres po steriores. Con to do hom bre que viene a este
mundo est Dios en una relacin de amor. En efecto,
ninguna otra relacin entre Creador y criatura parece
ra tener un sentido razonable. Ahora bien, el hom
bre, en cuanto criatura, es tambin dbil. Cierto que
Dios cre al hombre bueno, pero es propio de la natu
raleza humana estar expuesta, como lo est a la enfer
medad del cuerpo, tambin a la cada moral , al mal.
Esto nos lo atestigua tambin la Sagrada Escritura
cuando pone en boca de Dios estas indulgentes pala
bras, a la vista del mun do pecad or: En re alida d el co
razn humano es propenso al mal desde la adolescen
cia (Gen 8, 21). El mal, la inclinacin a hacer el mal,
es algo congnito en el hombre, el hombre lo lleva en
el corazn. Del corazn salen las malas intenciones,
homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos tes
timonios, injurias (Mt 15, 19).
Por consiguiente, el relato del paraso slo puede
tener este sentido: Dios cre bueno al hombre, pero el
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hombre, situado ante la tentacin, peca con una pro
babilidad rayana en lo trgico. Aqu debemos tambin
tener en cuenta que la Biblia no carga al demonio con
la culpa del pecado. Se habla de tentacin por la ser
piente. La serpiente me enga (Gen 3, 13), pero
hubo de pasar tiempo hasta que se vio al demonio en
la serpiente. De esto volveremos a hablar.
Nos hallamos, por tanto, ante una verdad para nos
otros inconcebible: Dios quera este mundo, en el que
hay pecado. El homb re fue siempre pecador, y es siem
pre pecador. No nos es posible eludir el pecado. Y,
sin embargo, Dios mismo nos deja expuestos a este
riesgo. sta es sin duda la cuestin que ms nos in
triga y que nunca lograremos resolver totalmente. Ca
da vez que interrogamos a nuestra conciencia sobre un
pecado, nos da un doble testimonio. Cierto que en
el pecado influyen tambin nuestra flaqueza y las cir
cunstancias, pero, sea cual fuere el papel que hayan
desempeado..., sin embargo, nos reconocemos siem
pre culpables.
Una y otra, flaqueza y culpa, estn implicadas en
nuestro ser humano y en nuestra condicin de nios
ante Dios. Dios nos deja la miseria del pecado, a fin
de que se ponga de manifiesto que el que nos salva es
Dios.
Sin el pecado no sabramos quin es Dios. La
parbola del hijo prdigo presenta esto en forma es
pecialmente grfica. El modo y manera como el buen
hijo mayor pide explicaciones a su padre muestra que
todava no lo conoce (Le 15, 29s). No sabe realmente
quin es su padre. En cambio, el hijo prdigo, que
vuelve a asa, ha conocido a su padre. As es como su-
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cede: el que no ha experimentado nunca lo que es
volver a ser acogido en gracia por Dios despus de
haber cado en desgracia, no conoce a Dios. Y si Dios
no hubiese enviado a su Hijo al mundo (Jn 3, 17) y
Jess no hubiese muerto en cruz por nuestros pecados,
tampoco conoceramos al Padre. Nunca debemos es
perar la salvacin de nuestras propias fuerzas. Debe
aparecer completamente como obra de Dios. Dios
escogi lo flaco, dice san Pablo, para avergonzar a
lo fuerte..., para que ninguna carne se glore ante
Dios.
De Dios viene el que vosotros estis en Cristo
Jess...para la justicia, la santificacin y la redencin,
para que se cumpla lo que est escrito: Quien se glo
re, glorese en el Seor (1 Cor 1, 27-31).
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TODOS MUEREN EN ADN
La tentacin y el pecado son inherentes a nuestro
ser humano. Dios quiso este mundo, en el cual hay
pecado. A estas aserciones tenemos sin duda que dar
nuestro asentimiento con la inteligencia. Pero lo que
nos cuesta gran trabajo es darles nuestro asentimiento
con el corazn. Si Dios condena el pecado y lo casti
ga, es que debe querer un mundo sin pecado. A pe
sar de ello, debemos rechazar la idea de que el mundo
haya resultado distinto de como Dios lo tena con
cebido y planeado. Dios concibi y se represent el
mundo desde su eternidad tal como result: un mun
do pecador.
Aunque, por otra parte, no menos cierto es tam
bin que Dios quiere la salvacin de los hombres. En
su plan salvfico debe por tanto tener tambin su ra
zn de ser el pecado. Podemos atrevernos a decir que
tambin el pecado sirve para la salvacin? Todos cono
cemos textos solemnes de la Iglesia que no se arre
dran ante esta asercin. El pregn pascual habk de
la feliz culpa y hasta nos dice que necesario fue el
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pecado de Adn, que nos proporcion tal Redentor.
En esta cuestin nos vamos a guiar por los enun
ciados de la Sagrada Escritura, sobre todo del aps
tol Pablo, aunque no es tan fcil seguir el hilo de sus
ideas. Pablo, que siendo perseguidor de la Iglesia fue
embestido en toda regla y avasallado por la gracia
de Cristo, no se cansa nunca de ensalzar el poder y la
excelencia de esta gracia. En su propia carne experi
ment que el hombre sin esta gracia no lleva a cabo
nada provechoso para su salvacin. Por la gracia
de Dios soy lo que soy, confiesa san Pablo, y la
gracia de Dios no ha sido vana en m.
Pablo sabe muy bien que la gracia de Dios no
excluye el esfuerzo humano, con ser bien cierto que
se anticipa a ste. Por eso aade luego: He trabajado
ms que todos, aunque no precisamente yo, s ino la
gracia de Dios, que est conmigo (1 Cor 15, 10).
Cuando se trata de la salvacin, el paso del hombre
es siempre el segundo. El primer paso para nuestra
salvacin lo da siempre Dios.
Esto se aplica no slo a la salvacin de cada
hombre en particular , s ino tambin a la salvacin del
entero gnero humano. Los hombres , por sus propias
fuerzas , slo habran producido pecado. Hemos visto
que el relato del paraso muestra al hombre, desde un
principio , como pecador: el homb re lleva el pecado
en su mismo ser. Ahora bien, cuando Pablo ve en
Adn la fuente de todo pecado, Adn es para l
con
forme a la interpretacin de entonces el primer hom
bre histrico, y el pecado de Adn tambin el primer
pecado histrico. Este manantial del pecado va fluyen-
28
do y acrecentndose, hasta formar una corriente cauda
losa, una corriente de pecados que se extiende por to
da la tierra.
Esta concepcin le fue sugerida a Pablo por la
Biblia misma. El Antiguo Testamento, empalmando
con el relato del primer pecado, muestra en una serie
de ejemplos cmo el pecado va adquiriendo cada vez
mayor poder sobre la tierra. El primer ejemplo es el
fratricidio de Can (Gen 4,
1-16 .
El fratricidio era para
los antiguos semitas el mayor pecado que puede haber.
Esto significa, por consiguiente, que una vez que los
hombres se permitieron el primer pecado, perdieron
todos los reparos y ya no se arredran ante nada. La
cosa va tan lejos que Dios acuerda acabar con esta
raza irremediablemente pecadora y volver a comenzar
desde el principio con los hombres. Tal es el sentido
del relato del diluvio. Pero la nueva humanidad no es
mejor que la primera: sigue pecando como si tal cosa.
Con ello se muestra que el hombre, por sus propias
fuerzas , no puede llevar a cabo nada saludable, que
Dios debe alumbrarle una corriente de gracia, ms
poderosa que la corriente del pecado.
De esta corriente de gracia es de la que bebe la
humanidad entera. Brot para el mundo en la obra
salvadora de Jesucristo. Si no hubiese existido el ma
nantial del pecado en Adn, tampoco habra existido
el manantial de la gracia en Jesucristo. Esto es lo que
sorprende en la idea bblica de Dios , que el pecado no
slo provoca el castigo de Dios, sino tambin su mise
ricordia y su gracia. Y, lo que es ms: Dios no con
trapone sencillamente a la medida del pecado una
29
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misma medida de gracia, s ino una mucho mayor. Dios
se complace en hacer que su gracia sea mayor que el
pecado. Dios es siempre el mayor. Esto entiende Pa
blo cuando dice: Con la gracia no sucede lo mismo
que con el pecado. En efecto, si por el pecado de uno
solo murieron muchos, todava mucho ms copiosa
mente se ha comunicado a muchos la gracia de Dios
por un solo hombre, Jesucristo (Rom 5, 15).
Pablo tiene predileccin por esta idea: Adn trajo
la muerte, Cristo la vida. Lo que le importa aqu no es
la descripcin del pecado, sino el elogio de la gracia
que lo vence. En la primera carta a los Corintios, cuan
do trata de la resurreccin de los muertos, escribe:
Porque si por un hombre vino la muerte, tambin por
un hombre ha venido la resurreccin de los muertos;
pues como en Adn todos mueren, as tambin en Cris
to sern todos vueltos a la vida (1 Cor 15, 21s). Cristo
es el autor universal de la vida, junto al cual aparece
Adn como el autor universal de la muerte.
Esta ltima concepcin tiene algo chocante para
nuestra mentalidad. Cuando Pablo presenta a Adn co
mo autor de la muerte de todos los hombres , a qu
muerte se refiere, a la del cuerpo o a la del alma? En
algunos pasajes, como cuando habla de la resurreccin
de los muertos, no cabe duda de que se refiere a la
mue rte de l cuerpo. Todos pasan por esta mue rte por
el hecho de haber pecado Adn. En este punto, Pablo
es hijo de su tiempo. Antes hemos visto que esta con
cepcin no es ya conciliante con nuestra idea del mun
do y que, por tanto, tenemos derecho a abandonarla.
En otros pasajes, en cambio, salta a la vista que
30
Pablo habla de la muerte del alma. Esto no resulta
siempre del tenor verbal del texto, sino del contexto.
As en el clebre pasaje de Rom 5, 12, que a lo largo
de dos milenios de interpretacin cristiana ha dado pie
a no pocos equvocos: Por un hombre entr el pe
cado en el mundo, y por el pecado la muerte; y as la
muerte pas a todos los hombres , porque todos peca
ron. Despus de todas las reflexiones que han prece
dido, no tenemos dificultad en captar el sentido de es
tas palabras del Apstol: Por un hom bre entr el
pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, ya
que el pecado hace del hombre un muerto en el alma.
El pecado fue extendindose sin cesar por la tierra;
abarc a todos los hombres, y con l vino tambin la
muerte del alma. Por eso dice san Pablo: As la muer
te pas a todos los hombres.
En este punto tienen especial importancia las l
timas palabras del texto del Apstol: Porque todos
pecaron. Los hombres no se ven implicados autom
ticamente, ni contra su voluntad, en el pecado. Es ver
dad que el pecado es contagioso, pero aun as cada
cual se decide por su cuenta por el pecado y se hace
pecador por su propia culpa. As lo hemos visto, en
efecto, en nuestra meditacin sobre la tentacin. Dios
cre al hombre libre, el hombre es el que tiene que de
cidir si quiere hacer el bien o el mal.
No se trata, pues , de que el hombre nazca ya peca
dor, de que herede un pecado de sus antepasados
o de Adn. Deberamos descartar de nuestro vocabula
rio religioso el trmino pecado original. Incluso las
palabras del salmo En maldad fui form ado , en pe-
31
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cado me concibi mi madre (Sal 51, 7) quieren decir
nicamente que desde el nacimiento llevamos en nos
otros una fuerte propensin al pecado, que sta es in
herente a la naturaleza humana. Es, pues , equivocado
decir que todo hombre nace pecador y que, por tanto,
debe ser purificado del pecado en el bautismo. Ms
bien existe c om o lo hemos visto anteriormente
desde el comienzo de cada vida humana una relacin
de amor entre Creador y criatura. Segn la concepcin
tradicional, el sacramento del matrimonio apunta pre
ferentemente a la transmisin de la vida. No podemos
imaginar que el fruto de esta accin sacramental haya
de ser necesariamente un pecador merecedor de con
denacin. Cierto que el rito corriente del bautismo con
tiene varias ceremonias de purificacin. stas, sin em
bargo, estn tomadas del antiguo rito del bautismo de
los adultos y han perdido el sentido en el caso del bau
tismo de los nios; en general el bautismo de los nios
ha de entenderse en funcin del bautismo de los adul
tos , y no viceversa.
En el Nuevo Testamento slo se habla del bautis
mo de los adultos , y de ste debe arrancar toda teolo
ga del bautismo. En todo caso, que el bautizando
adulto es pecador es un hecho del que no cabe dudar.
Todo hombre nace en medio de una sociedad de pe
cadore s , en una c omunida d necesitada de salvacin,
y en ella l mismo se hace pecador. Sin embargo, Dios
no quiere abandonarlo a una suerte desesperada. El
hombre debe ms bien venir penetrado del poder y la
gloria de la gracia y nacer, o ms bien renacer, a la
comunidad de salvacin. Esto tiene lugar en el bautis-
32
m o.
El bautismo es la incorporacin del hombre a
Cristo y su insercin en la comunidad de salvacin de
la Iglesia.
Del renacimiento o regeneracin habla tambin la
Biblia en este contexto: Apareci la bondad de Dios
nuestro salvador y su amor por la humanidad. No nos
salv por las obras de justicia que hubiramos reali
zado nosotros, sino, segn su misericordia, por el bao
regenerador y renovador del Espritu Santo (Tit 3,
4s ; cf. Jn 3, 3-8, 1 Pe 1, 23). Por eso tambin la litur
gia de la vigilia pascual, la noche bautismal en la an
tigua Iglesia, est tan llena de jbilo, ya que en ella
la Iglesia hace el elogio de su propio seno materno, del
que, con fecundidad no mermada, nacen los hijos de
Dios a la vida en el Espritu. La gracia es ms fuerte
que el pecado, la vida, ms fuerte que la muerte.
33
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5
F
SATN INCIT A DAVID
Hemos tratado de reflexionar un poco sobre el
fenmeno del pecado. Distamos mucho de haber lle
gado al fin, y seguramente no llegaremos nunca. En
efecto, el pecado llevar siempre consigo algo inexpli
cable, misterioso. Hemos visto que no hay ni puede
haber vida humana sin tentacin. Hemos visto tam
bin que la tentacin, si no siempre, por lo menos con
gran frecuencia lleva al pecado. Cmo explicar que
el hombre propenda tan fcilmente a hacer el mal,
siendo as que fue creado por un Dios bueno?
En todo caso no podemos admitir algo que con
tanta frecuencia se oye decir, a saber, que al hombre le
resulta ms fcil el mal que el bien. Muchos de nos
otros podrn decir sinceramente que con ms gusto
hacen el bien que el mal. Y para gran parte de los
hombres, la regla es el bien y la excepcin el mal.
Pensemos tan slo en que la mayora de las gentes pa
san el da desde la maana hasta la noche dedicados a
un duro trabajo profesional y cumplen su deber a
conciencia. A nadie se le ocurrir decir que durante es-
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te tiempo la mayora hacen algo malo. Ni siquiera te
nemos tanto tiempo para lo malo como para lo bueno.
Pero sobre todo, tratndose de personas normales, el
bien proporciona satisfaccin, mientras que el mal cau
sa aversin.
Por eso resulta tanto ms incomprensible que los
hombres nos dejemos arrastrar una y otra vez a com
portamientos desagradables, reprobables: a una pala
bra inmisericorde que durante aos enteros puede roer
el corazn de un semejante, a un egosmo fro y sin
consideraciones, a una envidia monstruosa, a una des
lealtad sin lmites. Despus nos preguntamos descon
certados: Cmo ha sido esto posible? En todo caso,
sabemos por triste experiencia que nunca estamos se
guros de nosotros mismos, de no hacer el mal del que
somos capaces.
En tales situaciones volvemos a plantearnos una
y otra vez la pregunta: De d nde viene este ma l? E n
el Evangelio hallamos, s , una respuesta clara: Del
interior, del corazn de los hombres, proceden las ma
las intenciones, fornicaciones, robos, homicidios, adul
terios, codicia, maldades, engao, lujuria, envidia, in
juria, soberbia, desatino; todo este mal viene del inte
rior (Me 7, 21-23 par.). N o obstante los hombres no
han cesado de preguntar cmo entra, pues, el mal en
su corazn. El hombre se resiste a ser l mismo res
ponsable de su mal obrar. Esto puede verse ya en el re
lato del paraso. Cuando el hombre debe responder a
Dios y darle una explicacin por lo que ha hecho, dice:
La mujer que me diste por compaera me dio del
rbol y com. No es difcil percibir aqu un reproche
36
contra Dios: la seductora viene de l. La mujer a su
vez trata de excusarse: La serpiente me enga y
com (Gen 3, 12s). Tampoco este comportamiento es
privativo del primer hombre, sino que es propio del
hombre a secas, tal como fue en todo tiempo y sigue
siendo siempre. No tiene pues, nada de extrao que
tambin nosotros busquemos en cada caso un cmplice
de nuestro pecado.
Una tentativa muy propagada, pero ligada a una
idea anticuada del mundo d e descargar en alguna
manera al hombre de la plena responsabilidad de su
hacer pecaminoso, es insostenible y la hemos rechaza
do ya anteriormente. Hemos visto que segn el testimo
nio de la Biblia no hemos heredado el pecado de los
progenitores de la humanidad. Por otra parte no es na
da sorprendente el que, en vista de la apremiante fuer
za de atraccin que posee el pecado, nos venga la idea
de que aqu puedan entrar en juego siniestros poderes
supraterrenos. De hecho, en la idea cristiana del mun
do ha jugado gran papel el diablo como autor de la
tentacin y del pecado. Como ya qued sealado al
principio, la Sagrada Escritura misma es la que nos
sugiere esta idea.
En una de las consideraciones precedentes hemos
reflexionado sobre las tentaciones de Jess. En el Evan
gelio ms antiguo, el de Marcos, hemos hallado esta
breve frase sobre el particular: Per man eci en el
desierto cuarenta das, siendo tentado por Satans
(1 , 13). En Mateo y Lucas se desarrolla esta notkia en
una narracin bastante larga. Se habla de una triple
tentacin de Jess por el diablo en el desierto, en el
37
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pinculo del Templo y sobre una montaa elevada.
Satans va tan lejos, que incluso propone a Jess que
le adore. Creemos justificado considerar esta narra
cin como una amplificacin libre de la Iglesia primi
tiva. La breve frase de Marcos no poda dejar satisfe
chos a los cristianos y se quera saber ms sobre cmo
haba sido tentado Jess. As, esta narracin no pue
de ofrecernos garantas en todos sus detalles. Con to
do , queda el enunciado formal de la Sagrada Escri
tura, segn la cual Jess fue tentado por Satn. Su
visaje asoma en las tentaciones de Jess, como tambin
en nuestras tentaciones.
No cabe la menor duda de que en el judaismo de
los tiempos de Jess reinaba la creencia de que el mal
se haba encarnado en un adversario personal de Dios.
A las gentes de entonces no les atormentaba m enos que
a nosotros la pregunta sobre el origen del mal en el
mundo. Otros pueblos antiguos, sobre todo los persas,
hallaban una fcil solucin del problema. Admitan
dos dioses, uno bueno y otro malo. Del dios bueno
viene todo el bien que hay en el mundo, del dios malo
todo el mal. Los judos no ignoraban estas concepcio
nes. Ms an: hoy da se puede comprobar que cier
tos sectores judos estaban marcadamente influencia
dos por ellas. En efecto, en el perodo de 538 a 331
a.C. Palestina haba formado parte del gran imperio
persa, por lo cual era inevitable que se establecieran
contactos entre la teologa persa y la juda.
No obstante, la va persa de solucin, por lo que
hace al origen del mal, no era practicable para los
judos. La religin juda era, en efecto, rigurosamente
38
monotesta. Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es ni
co (Dt 6, 4): as reza el dogma fundamental de la fe
juda incluso en nuestros das. Por eso los judos no
podan en modo alguno admitir la idea de que adems
de este nico Dios bueno pudiera haber todava un
segundo dios, un dios malo. Con toda claridad expresa
esto el profeta que ejerci su actividad en la comuni
dad juda de Babilonia hacia fines del exilio, y al que
llamamos Dutero-Isaas, porque sus orculos forman
la segunda parte del libro de Isaas: Yo soy Yahveh,
no hay ningn otro. Yo formo la luz y creo las tinie
blas,
yo doy la paz, yo creo la desdicha; soy yo. Yah
veh, quien hace todo esto (Is 45, 7). El profeta
insiste con tanto ahnco en que Dios crea tambin la
desdicha, el mal, que emplea para ello el mismo verbo
hebraicobara' que se halla en el relato de la creacin:
Cuando Dios comenz a crear (bara') el cielo y la
tierra... (Gen 1, 1).
Con esta enunciacin se sita el profeta comple
tamente en la lnea de la antigua teologa israelita.
En el ambiente que rodeaba a Israel se contaba con
una multiplicidad de dioses, a los que se atribua sin
el menor reparo los vicios ms vergonzosos. Israel, en
cambio, mostr la m ayor solicitud y tenacidad en man
tener alejada de su Dios nico y santo hasta la menor
sombra de pecado. Por otra parte, estaba tan conven
cido de la accin universal de Yahveh en el mundo, que
no se arredraba de poner de alguna manera en co
nexin con la soberana de Dios hasta las malas accio^
nes de los hombres. Ya conocemos el antiguo adagio:
El corazn del hombre es propenso al mal desde su
39
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adolescencia (Gen 8, 21), y tambin hemos visto qu
sentido tiene: Dios dio al hombre por naturaleza una
marcada proclividad hacia el mal. Ms an: los tem
pranos telogos israelitas no tenan inconveniente en
atribuir a Dios la misma instigacin al pecado. En el
segundo libro de Samuel incita Dios a David a hacer
e
l censo de la poblacin, con lo que incurrira en grave
pecado (24, 1).
Posteriormente, un sentimiento religioso ms afi
nado no pudo soportar esta idea. En el libro de Job,
que data del siglo v o rv a.C, nos encontramos por
tanto con la tentativa de no atribuir ya el mal direc
tamente a Dios, sino a un ente sujeto a su poder, a
Satn.
La voz hebraica
satn
significa enemigo, adversa-
n
o y en primer lugar totalmente en sentido profano.
Cuando el rey filisteo Akis quiere llevar consigo a la
guerra al judo David, se oponen los prncipes filisteos
a este proyecto haciendo notar: Podra suceder que en
e
combate se volviera nuestro adversario (satn)
Sam 29, 4; cf. tambin 1 Re 5, 18). Pero de forma
e
special se llama satn al adversario en un juicio: el
acusador (Sal 109, 6).
Ahora bien, segn la concepcin israelita, tal acu
sador existe no slo en los tribunales humanos, sino
tambin en el divino. El ejemplo clsico de esta con
cepcin es el comienzo del libro de J ob. El satn es
alh uno de los hijos de Dios que forman el consejo
celestial. Su residencia est por tanto en el cielo. Tiene,
s i n e r
*ibargo, la misin especial de tratar de descubrir
e r
la tierra las malas acciones de los hombres y de
40
acusar a los pecadores delante de Dios. Contra Job
no tiene ninguna acusacin que presentar. Sin embar
go , no se fa de l: Job slo es temeroso de Dios
porque saca partido de ello. Entonces Dios autoriza
a Satn a abrumar con pruebas a Job, slo con el fin
de comprobar su fidelidad.
Es digno de notarse que Dios azuza a Satn contra
Job. l es quien pone a prueba a Job, l es quien des
carga sobre Job las calamidades. As pues, tambin
Job ora de esta manera cuando se ve despojado de
todo:
El Seor me lo dio, el Seor me lo quit
(1, 21). No dice: Satn me lo quit. Tam bin para el
autor del libro de Job es la vida un drama que se
desarrolla slo entre Dios y el hombre. Satn no es
en l ms que un simulacro. Se comprende, por con
siguiente, que esta tentativa de descargar a Dios de
la instigacin al pecado no poda satisfacer a la larga.
Porque qu diferencia hay, a fin de cuentas, entre
que Dios mismo sea el instigador y en que se sirva de
un intermediario al mismo objeto?
El paso inmediato necesario para salir de este di
lema fue, por consiguiente, desvincular de Dios a este
intermediario, alejarlo de Dios e independizarlo. En
este punto conviene volver a la historia del censo de
David. La Biblia nos ofrece dos versiones de este
hecho, una ms antigua, en 2 Sam 24, y otra ms
tarda en 1 Par 21. El cronista tom la materia his
trica del libro de Samuel, que era bastante antiguo.
Sin embargo, en la primera frase nos hallamos ya con
una sorpresa. En lugar de Yahveh incit a David,
como se lee en el texto de Samuel, el de los Paiali-
41
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pmenos reza: Y Satn incit a David. Satn ha
pasado a ocupar el puesto de Yahveh. En l haba
hallado la teologa juda una cabeza de turco. As
tenemos ya a grandes rasgos la imagen de Satn que
nos es familiar: Satn es quien induce al hom bre a
pecar, entregndolo as a la clera divina.
Pero no debemos olvidar que esta solucin slo
fue un expediente tardo del Antiguo Testamento para
ofrecer una explicacin en alguna manera plausible del
mal en el mundo.
42
6
LA ENVIDIA DEL DIABLO
Las consideraciones que preceden nos han mostra
do que la figura de Satn en el Antiguo Testamento
no pasa de ser una solucin de emergencia. Brot de
una exigencia religiosa del judaismo, que no poda
conformarse con la idea de que el mal en el mundo
deba hacerse remontar en definitiva a una disposicin
divina. Lo cierto es que esta solucin no poda tam
poco satisfacer. En efecto, incluso el Satn de la his
toria de David en los Paralipmenos parece en alguna
manera depender de Dios y obrar con su consentimien
to.
As pues , el paso inmediato tena que consistii en
enviar a Satn a la tierra, e incluso debajo de la tierra.
El Antiguo Testamento no nos habla en absoluto de
esto. Qu se pensaba a este respecto en el pmblo
judo en los dos ltimos siglos que precedieron a la era
cristiana? De esto nos informan escritos judos extra-
bblicos , los llamados pseudoepgrafos , y tambin el
Nuevo Testamento.
En la idea de Dios del pueblo israeltico judo se
haba operado un cambio decisivo. En tiempos ms
43
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antiguos haba sentido Israel a su Dios como incesan
temente prximo, como un Dios con el que los hom
bres trataban lisa y llanamente. En cambio, en los
ltimos siglos que precedieron a Cristo, Dios fue ale
jndose cada vez ms. Se lleg a tal extremo, que incluso
se evitaba pronunciar el nombre de Dios, que se sus
titua por toda clase de perfrasis, por ejemplo, cielo.
Este modo de hablar nos es familiar por los Evange
lios. En lugar de Reino de Dios se dice en ellos con
frecuencia Reino de los cielos.
As, entre el Dios lejano y transmundano y los
hombres haba surgido un inmenso espacio vaco. En
tonces este espacio fue rellenado con seres intermedios
que no eran ni Dios ni hombres: espritus. En los
escritos tempranos del Antiguo Testamento habla Dios
mismo con los hombres. Habla con Adn y con Eva
en el paraso, habla con Abraham, con Moiss, habla
con los profetas. En cambio, en los escritos ms tardos
enva un ngel con el encargo de decir algo a los hom
bres.
Tambin en el Nuevo Testamento son ngeles
los que anuncian el designio de Dios a los hombres:
a Mara, a Jos, a los pastores de Beln, a las mujeres
la maana de Pascua.
A primera vista parece tratarse aqu de un enrique
cimiento y elevacin de la idea de Dios. En efecto, es
un Dios que impone respeto, un Dios que, como un
general en jefe, manda a todo un ejrcito, a millones
y millones de millones de ngeles... Pero, en realidad,
con lo que nos encontramos es con un empobrecimiento
de la idea de Dios. El Dios que est inmediatamente
presente n todas partes en la tierra se ha convertido
44
en un Dios que se preocupa tanto de su soberana, que
slo trata con los hombres por medio de mensajeros.
Por otra parte, gracias a los espritus que entonces
llenaban el espacio entre el cielo y la tierra, resultaba
relativamente fcil resolver el espinoso problema del
mal. El pensar judo no admita que pudieran existir
juntos un dios bueno y uno malo. Pero por qu no
podan existir juntos espritus buenos y malos? Con
esto se ofreca una solucin prctica: El mal no viene
de un dios malo, pero s de espritus malos.
En realidad, con esto volva a surgir una nueva di
ficultad: De dnde venan tales malos espritus? N o
pueden ser eternos, puesto que slo Dios es eterno.
Tienen por tanto que haber sido creados, pues todo lo
que existe fuera de Dios ha sido creado por l. Ahora
bien, puede el Dios bueno crear espritus malos? Si
no se poda soportar la idea de que Dios hubiese creado
al hombre con un corazn malo, haba que rechazar
tambin la explicacin de que Dios hubiese creado
malos espritus que ponen el mal en el corazn del
hombre y lo inducen al mal. Slo quedaba por tanto
una salida: Dios haba creado nicamente buenos es
pritus. Slo que una parte de ellos haba pecado, Dios
los haba castigado y repudiado, y stos eran ya los
malos espritus.
Cul haba sido ese presunto pecado de los nge
les reprobos? Sobre este particular se acometieron en
el pueblo judo toda clase de especulaciones, en que
se daba rienda suelta a la fantasa. Una exposicin
que goz de gran aceptacin pona el pecado de los
ngeles en la concupiscencia carnal. Esta explicacin
45
despus de su pecado, ensearon a las hijas de los
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se describe por extenso sobre todo en el primer libro
de Henoc y en el libro de los Jubileos. Despus que
Dios hubo creado a los hombres y stos tuvieron hijas
hermosas, hubo ngeles que pecaron con las mucha
chas de la tierra. Esta leyenda enlaza con la narracin
mitolgica de G en 6, 1-4, segn la cual los hijos de
Dios tomaron por esposas a las bellas hijas de los
hombres, y de aquellas uniones nacieron los gigantes.
Los ngeles que haban pecado fueron encadenados en
castigo y tienen que aguardar en su calabozo hasta el
da del juicio. Entonces sern arrojados al lago del
fuego eterno:
P or qu abandonasteis el cielo alto, santo y eterno,
cohabitasteis con las mujeres,
os mancillasteis con las hijas de los hombres,
tomasteis esposas,
hicisteis como los hijos de la tierra
y engendrasteis gigantes?
Erais santos, espirituales y vivais una vida eterna,
y sin embargo os mancillasteis con sangre de mujeres,
y con la sangre de la carne engendrasteis hijos,
habiendo deseado la sangre de los hombres,
y as produjisteis carne y sangre,
como esos que son mortales y perecederos.
Mas los gigantes, que de los espritus y de la carne
fueron engendrados,
sern llamados en la tierra espritus malos;
en la tierra tendrn su morada (1 Hen 15, 3s. 8).
En Hei 9, 8 se refiere que los ngeles pecadores,
46
hombres toda clase de pecados. El principal de los n
geles pecadores recibe en algunos pasajes del libro de
Henoc el nombre de Semyaza, en otros el de Azazel:
Y a Rafael habl el Seor as:
Ata a Azazel de pies y manos
y arrjalo a las tinieblas.
Haz un agujero en el desierto de Dudael
y arrjalo dentro.
Arrjale piedras tajantes y puntiagudas
y cbrelo con tinieblas.
Djalo habitar all para siempre
y cubre su semblante para que no vea la luz.
El da del gran juicio
ser arrojado a la laguna de fuego.
Porque la tierra entera han corrompido
las obras de Azazel.
Achcale a l todos los pecados (1 Hen 10, 4-6. 8).
Esta concepcin se introdujo tambin en el Nuevo
Testamento. En la epstola de Judas se habla de n
geles que no conservaron su primaca, sino que aban
donaron su propia morada, a los que Dios tiene guar
dados para el juicio del gran da, con cadenas eternas,
sepultados en tinieblas (v. 6). En la segunda carta
de san Pedro se habla en un mismo contexto del peca
do de los ngeles, de No y del diluvio, de la destruc
cin de Sodoma y G om orra y de la salvacin de L ot, y
de todo ello se saca la conclusin de que Dios castiga
a los impos y salva a los justos (2 Pe 2, 4-9). As, de
47
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la historicidad del pecado y de la cada de los ngeles
no sepuede juzgar diferentemente que de la historicidad
de las narraciones del Gnesis que con esta ocasin se
aducen. Adems, apenas si merece notarse expresamente
que tales pecados carnales de seres espirituales son en
s cosas imposibles y que por tanto slo se trata de
puras invenciones. Sin embargo, esta concepcin tuvo
un eco pavoroso en el mundo cristiano y acarre tor
mentos incalculables a incontables personas inocentes,
de lo cual tenemos un documento histrico espeluz
nante en las persecuciones de brujas de la edad media.
En algunos textos judos, empero, se halla tambin
otra versin, segn la cual los ngeles malos, en cas
tigo de su pecado, habran sido relegados a los espa
cios que median entre el cielo y la tierra, es decir, a
las regiones del aire. Tambin de esto tenemos un eco
en el Nuevo Testamento. As en Ef 3, 10 y 6, 12 se
habla de principados y potestades en las regiones ce
lestes. En Ef 2, 2 se habla en singular del prncipe
de la potestad del aire, del espritu que acta ahora
entre los hijos de la rebelda. En efecto, segn los
escritos judos, el mundo de los malos espritus tiene
una cabeza monrquica. Es el adversario del orden di
vino del mundo, el fautor del mal y del infortunio en
el mundo, por lo cual se le da tambin el nombre de
prncipe de este mundo. Sabemos que esta designa
cin es corriente en el Evangelio de san Juan (Jn 12
31;
14,30 ;
16,
11). Una vez lo llama san Pablo el dios'
de este mundo (2 Cor 4, 4).
ademsIfT ^ ^J**
f a n t o
* judaica conoce,
ademas del pecado de la concupiscencia, otra explica-
48
cin de la reprobacin de los ngeles, todava de peores
consecuencias para el pensar cristiano. Esta explica
cin tiene su punto de arranque en la doctrina del
Antiguo Testamento, segn la cual Dios cre al hom
bre a imagen suya. Ahora bien, Adnas comentaba
ahora la leyenda, puesto que era imagen de Dios,
haba sido creado con ms excelencias que los ngeles.
Y no slo esto: Dios exiga adems a los ngeles que
adoraran a Adn como a su imagen. Miguel y los n
geles que estaban de su lado obedecieron. Satn, en
cambio, y los ngeles que estaban a sus rdenes, se
rebelaron y, en castigo, fueron arrojados del cielo a la
tierra. Adn, por el contrario, sigue disfrutando de la
felicidad del paraso. Satn, que por causa del hombre
perdi sus excelentes prerrogativas, no puede ver con
buenos ojos la felicidad de Adn. Est lleno de envidia
y de rabia y procura seducirlo e inducirlo a desobedecer
a Dios y as acarrearle la misma suerte que pesa sobre
l.Con Adn mismo no tiene xito, pero s por medio
de Eva.
En el escrito pseudoepigrfico Vida de Adn y
de Eva Satn describe el caso d esta forma:
Y entonces se levant Miguel
e intim a todos los ngeles:
Adorad a la imagen de Dios, como lo manda el Seor
Dios
Y Miguel lo ador el primero.
Entonces me llam y me dijo;
Adora la imagen de Dios
Yo dije: No tengo por qu adorar a Adn.
Como Miguel me apremiara a adorar ,
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le dije:
Por qu me apremias?
Pues yo no he de adorar
al que es ms joven y menor que yo.
Fui, en efecto, creado antes que l.
Antes de que l fuera creado haba sido creado yo.
l debera adorarme a m.
Cuando los otros ngeles
que me estaban subordinados oyeron esto,
no quisieron adorarlo.
Entonces dijo Miguel: Adora a la imagen de Dios
Que si no lo haces ,
luego entrar en clera el Seor Dios por tu causa.
Yo dije:
Si entra en clera contra m,
pondr mi trono sobre las estrellas del cielo
y ser como el Altsimo.
Y el Seor Dios se irrit fuertemente contra m,
y me desterr de nuestra gloria
junto con mis ngeles,
y as , de nuestras moradas
fuimos expulsados a este mundo
y lanzados lejos a la tierra por tu causa.
Y en seguida nos entristecimos,
porque habamos sido despojados de tanta gloria.
Y el verte a ti tan gozoso y feliz
nos constristaba.
Con estucia envolv en mis redes a tu mujer
y logr
que t, de tu gozo y felicidad
5
fueras expulsado por su causa,
como yo haba sido expulsado de mi gloria (w. 14-16).
As se explica que en adelante se viera en el pecado
del paraso una astucia de Satn y se identificara a
ste con la serpiente. Y no slo este primer pecado se
hace remontar a una tentacin del diablo, s ino tambin
todo pecado humano. El diablo tiene envidia del hom
bre por su paz con Dios , porque l no puede hallar
paz. A esta ingenua concepcin cede tambin el autor
del libro de la Sabidura cuando escribe: Por la en
vidia del diablo vino la muerte al mundo (2, 24); la
muerte, porque sta se hace remontar al pecado de
Adn.
Esta concepcin se apropi tambin la interpreta
cin cristiana de la tentacin de Jess: si el demonio
hubiese logrado hacer caer a Jess , habra acabado
con la redencin de la humanidad. Pero ahora com
prendemos mejor que no puede ser ste el verdadero
sentido del relato. Los evangelistas trataron ms bien
de presentar con la mentalidad de su tiempo la ten
tacin de Jess y la buena prueba que dio de s El
sentido de esta percopa se le escapara con toda segu
ridad a un predicador que, partiendo de este texto,
tratara de desarrollar una teologa del diablo. En efec
to , toda la atencin est puesta en Jess y en el s
que da a la voluntad del Padre. Satn personifica
nicamente la otra posibilidad, el no. En todo tienpo
han recurrido los escritores al medio de la personifi
cacin, de la prosopopeya, para dar vida a la escena
y dramatizarla. As el relato del paraso present la
51
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tentacin al comienzo del Antiguo Testamento mos
traba el fatal desenlace mediante la decisin pecami
nosa del primer Adn, as el relato de la tentacin al
comienzo del Nuevo Testamento muestra el feliz des
enlace en el triunfo del segundo y nuevo Adn, que
es Cristo. Tanto el primer relato como el segundo
muestran de qu manera el hombre, desde dentro, no
debe decidirse y de qu manera debe decidirse.
52
7
NO DEIS LUGAR AL DIABLO
Despus de todo lo que se ha dicho hasta aqu, es
de suponer que haya resultado claro que los enuncia
dos del Nuevo Testamento sobre Satn no forman
parte de la sustancia permanente del mensaje, sino
nicamente de la idea del mundo propia de la Biblia,
que no puede tener vigencia permanente. El Nuevo
Testamento, al hablar del tentador, unas veces con
serva la voz hebraica Satn (en la forma de Satans),
y otras la traduce por la voz griega alablos. Diabolos
significa en griego clsico calumniador. Del griego
diabolos viene nuestra palabra espaola diablo. Al
igual que el Nuevo Testamento, tambin en nuestra
lengua usam os indistintamen te las dos voces: Satn
(o Satans), derivado del hebreo, y diablo, tomado de
la forma griega. Casi indistintamente hablamos tam
bin del demonio (daimon).
En el sentido de las categoras mentales del judais
mo de entonces, aparece el diablo en el Nuevo Testa
mento como el exponente del mal. Jess y los Aps
toles pensaban en estas categoras, al igual que su
53
medio ambiente. As, del hombre malo se dice que
los justos. Jess quiere acabar con esta idea. No existe,
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tiene por padre al diablo (Jn 8, 44), que es hijo o
criatura del diablo (Act 13, 10; 1 Jn 3, 8.10). Las
malas obras se designan como obras del diablo (1 Jn
3, 8). El diablo se lleva la palabra que se ha sembrado
en los corazones de los hombres (Me 4, 15 par.). Sin
embargo, el hombre debe resistir a las asechanzas del
demonio (Ef 6, lis, etc.). Tales aserciones se han de
entender en funcin de la idea religiosa del mundo
del judaism o de entonce s. Satn es la personificacin del
mal, del pecado. En todos los pasajes del Nuevo Tes
tamento en que se habla de Satn o del diablo po
dramos igualmente decir el pecado o el mal. Slo
que la personificacin sirve para hacer ms intuitiva
y grfica la idea que se quiere expresar. Lo mismo hay
que decir acerca del mundo, del que habla san
Juan (Jn 15, 18s; 17, 14). As pues, el mismo Nuevo
Testamento usa alternativamente y con el mismo sen
t ido:
Satn, el diablo, el mu ndo, el pecado, el mal.
El Nuevo Testamento no se interesa por una fi
gura de Satn en cuanto tal. Su mensaje, su buena
nueva dice ms bien que el mal no puede ya campar
por sus respetos sin traba alguna, porque en Jess est
cerca el reino de Dios . Algunas aserciones de los Evan
gelios, que a primera vista parecen confirmar la creen
cia de entonces en Satn, en realidad la impugnan.
As cuando Jess dice: Vea a Satn caer del cielo
como un rayo (Le 10, 18). Aqu se refiere Jess evi
dentemente a la idea entonces todava dominante de
que Satn puede algo en el cielo, que tiene acceso a
Dios para acusar a los hombres e implorar poder sobre
54
al lado de Dios, la sombra figura de Satn.
Lo que se ha dicho de la figura particular de Satn,
se puede aplicar igualmente al complicado mundo de
los malos espritus o demonios, de los que ya hemos
hablado tambin. En tiempos de Jess se imaginaba
el espacio sin lmites entre el cielo y la tierra poblado
por seres intermedios: por buenos espritus, que indu
can al hombre al bien, y por malos espritus que lo
seducen y lo llevan al mal. Los malos espritus se lla
man en el Nuevo Testamento demonios (daimones,
daimonia) o tambin espritus (pneumata): espritus im
puros, espritus malos.
Sin embargo, el Nuevo Testamento pone evidente
mente empeo en reprimir la creencia en los demonios,
tan prolfica en aquella poca. Por lo regular habla
de malos espritus en conexin con la curacin de
enfermos y posesos. En el Evangelio de san Marcos,
el primer milagro que hizo Jess en Cafarnam al
comienzo de su vida pblica, es la curacin de un
poseso. Con fuertes gritos sali el espritu del poseso,
despus de haber zarandeado terriblemente al pobre
hombre de ac para all (Me 1, 23-27). Los judos
miraban la enfermedad como consecuencia del pecado,
y el pecado lo atribuan a influjo de los malos esp
ritus. Por eso es frecuente en el Nuevo Testamento
mencionar simultneamente la curacin de eniermos
y la liberacin de posesos por Jess: Curaba a los en
fermos y expulsaba a los malos espritus (cf. Me 1,
34 ,
etc.). Incluso se dice que Jess cur a un epilptico,
arrojando de l un demonio (Mt 17, 14-21 par.).
55
Conforme a las ideas de entonces, utilizaba Jess
antigua nos regal un nuevo nombre del diablo, aparte
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fenmenos patolgicos llamativos como enfermeda
des mentales, la epilepsia para demostrar a base de
ellos en forma grfica el poder del mal y su propio po^
der sobre el mal. Los relatos evanglicos sobre cura
ciones de posesos tratan de presentar a Jess como el
verdadero Salvador que salva a la humanidad de la
miseria del pecado, pero tambin la salva del cons
tante temor del diablo y de los demonios, propio de
la creencia popular de entonces. Para Jess, Dios es
el nico Seor del mundo. No quiere saber nada de
una cuasi-co-regencia del diablo.
Por consiguiente, cuando el Nuevo Testamento ope
ra con los conceptos de Satn, diablo, malos espritus,
demonios, en ello se reflejan sencillamente, como ya lo
hemos visto, concepciones condicionadas por el tiem
po .
Por Jo dems, en la religin judaica la marcada
creencia en Satn y en los demonios no fue ms que
un episodio. Con razn ha vuelto a apartarse de ella
el judaismo, y hoy da hace ya tiempo que esta creen
cia no tiene ningn papel en la religin judaica. Con
tanto mayor celo ha cuidado y cultivado el cristianismo
esta problemtica herencia. Ha elevado incluso la doc
trina sobre Satn a la categora de tema central de su
predicacia y consiguientemente ha desfigurado en gran
ma nera la buena nueva del reino de Dios, con virtindola
en una mala nueva, en un mensaje terrorfico sobre
el diablo.
No slo la devocin popular, sino hasta la especu
lacin teolgica ha seguido tejiendo la tela de las
viejas leyendas judas. As, la teologa de la tarda edad
56
de los numerosos nombres pseudoepigrficos ya exis
tentes:
el nombre de Lucifer, sumamente propagado
en la edad media y que todava es corriente en nuestros
das.
Dicha teologa puso el mencionado dicho de Je
ss: Vea a Satn caer del cielo como un rayo, en
conexin con la idea juda de una cada de los ngeles
y al mismo tiempo con un dicho proftico figurado
tomado del libro de Isaas, en el que la brusca cada
del rey de Babilonia se compara con la cada de un
lucero (Is 14, 12). En la versin latina de la Biblia,
este lucero se traduce por lucifer, es decir, por el an
tiguo nombre de la estrella de la maana. De esta
manera estrella de la maana, lucifer, se convirti
en el adalid de los ngeles cados.
La fantasa de telogos posteriores empalm con
la leyenda que tambin hemos mencionado, segn la
cual Satn y sus ngeles se haban negado a venerar
a Adn como a imagen de Dios. Tal fantasa llega
hasta a saber que Dios no slo haba exigido a los
ngeles que rindieran pleitesa a Adn, sino que la
prueba haba consistido ms bien en que Dios les haba
m ostra do la futura ecarnacin de su Hijo y les ha
ba exigido que adorasen al Hombre-Dios, a (Visto.
En tan descaminadas tentativas de capiar u*
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no puede ser la de proponer como segura y obligatoria
a las gentes de todos los tiempos y naciones, la creen
cia en los demonios, del judaismo de entonces. Esto
habra sido, ahora lo mismo que antes, slo una esca
patoria, por cierto poco feliz, para explicar el origen
del mal. En efecto, qu se habra adelantad o con ello?
Slo se habra desplazado el problema, pero sin resol
verlo. Incluso que Dios creara diablos, no slo es
inconcebible, sino imposible. La doctrina del pecado
y cada de los ngeles se basa en un mito. Finalmente,
como se afirma con frecuencia que el pecado del hom
bre presupone necesariamente un tentador, de igual
modo habr que postular un tentador en el caso del pe
cado de los ngeles, y sera el cuento de nunca acabar.
El pecado es y seguir siendo un misterio, pero lo es lo
mismo con el diablo que sin el diablo.
Es verdad que con frecuencia se oye decir que el
mayor y ms sutil ardid del demonio consiste en haber
logrado que los hombres no lo tomen en serio. Tales
voces se dejan or an una y otra vez en nuestros das
y hasta se llega al extremo de poner en guardia di
ciendo: Cuando se deja de creer en el diab lo se deja
tambin de creer en Dios. A esto se responde senci
llamente que Dios ocupa el centro de la Sagrada Escri
tura, mientras que el diablo slo es una figura marginal.
As pues, lo que nos importa no es saber si la
Sagrada Escritura emplea las palabras Satn, diablo,
malos espritus, demonios, sino preguntar qu quiere
decir coi estas palabras. Ya hemos advertido que el
concepto de diablo se emplea en el Nuevo Testam ento
58
encontramos con las palabras diablo o Satn,
podemos leer igualmente pecado. No es el diablo,
sino el pecado, el que impide que germine en nuestros
corazones la palabra de Dios. Jess no quiere poner
nos en guardia contra el diablo, sino contra el pecado.
De esto no puede caber la menor duda.
Lo mismo entiende tambin san Pablo cuando es
cribe a su comunid ad en la carta a los Efesios: N o
deis lugar al diablo (4, 27). No al diablo, sino al
pecado deben cerrar su corazn: Desechad la men
tira, hablad con verdad... No se ponga el sol sobre
vuestra ira. El que roba, que no robe ms, s ino que
trabaje haciendo el bien con sus propias manos. . . No
disgustis al Espritu Santo... Desaparezcan de entre
vosotros toda amargura y animosidad, y toda maldad.
Sed, por el contrario, un os con otros , bon dadosos, com
pasivos, perdonndoos mutuamente, como Dios os per
don en Cristo (Ef 4, 25-32).
Pero tambin podemos deducir otro sentido de las
palabras No deis lugar al diablo: No perd is la
tranquilidad con creencias en el diablo, sino tomad en
serio el pecado, tomad en serio la gracia. No estamos
situados entre Dios y el diablo, sino entre el pecado
y la gracia. El pec ado y la gracia form an el tema de la
historia de la salud. El pecado y la gracia son el tema
de nuestra vida.
59
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I
8
SALI
Entre el pecado y la gracia transcurre nuestra vida.
Lo hemos visto en la precedente meditacin. Ya he
mos visto que no hemos heredado el pecado, y que
tampoco nos inducen a pecar el diablo o los malos
espritus. No obstante, sigue preocupndonos la cues
tin: De dnde, pues, viene el mal, de dnde viene
el pecado, si el diablo no es su promotor?
Seguramente, en ningn pasaje de la Biblia nos
encontramos con el pecado en forma tan grfica y pe
netrante como en los relatos de la ltima cena y del
comienzo de la pasin de nuestro Seor. Estos hechos
nos son familiares, no slo por la Sagrada Escritura,
sino tambin por nuestra participacin en su solemne
conmemoracin litrgica anual. Una y otra vez nos
sentimos impresionados por el contraste entre la lumi
nosa celebracin y las horas sombras de la tentacin
y de la noche de la pasin de Jess.
Lo que es el pecado en realidad se nos muestra
con la mayor claridad en la figura de Judas. Judas for
ma parte de la comunidad en el gape, aunque, como
61
dice el Evangelio, el diablo le haba metido en el co
aade san Juan. Noche: Judas sale a la noche; de
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razn la idea de entregar a Jess (Jn 13, 2). En medio
del gape est con el pensamiento en otra parte, enca
minndose a la ejecucin de su tenebroso plan. Jess
le ofrece el bocado en seal de amistad. Y tras el
bocado entr en l Satans... Y cuando tom el
bocado, sali fuera inmediatamente. Era ya de noche
(Jn 13, 27.30). Hasta aqu el Evangelio de Juan. Tam
bin san Lucas refiere que Satans haba entrado en
Judas , uno de los doce, de modo que se fue a tratar
con los pontfices acerca de cmo podra entregrselo
(Le 22, 3).
Una vez ms volvemos a encontrarnos con la figura
de Satn, del que queramos despedirnos definitivamen
te .
Una vez ms advertimos bien lo que se quiere
decir: Jud as ha dado lugar al pecado en su corazn.
En efecto, no es que la decisin de la traicin le hu
biese venido de un momento a otro. Haca tiempo
que daba vueltas a esta idea, haca tiempo que se
haba distanciado interiormente de Jess y de su co
munidad. El Evangelio nos habla de una repugnante
codicia de Judas, que slo piensa en el lucro : E ra
ladrn, y como estaba encargado de la bolsa, sisaba
de lo que se depositaba en ella (Jn 12, 6). Haba
pensado en s , en su mezquina utilidad, haba ido por
sus propios caminos lejos de Jess, lejos de su
comunidad As pudo decir Jess: Uno de vos
otros es un diablo (Jn 6, 70). Y ahora, cuando aban
dona la ntima comunidad de mesa con Jess para
llevar a cabo su traicin, ahora consuma lo que haca
tiemp o hab a comenzado: Sali. Era de noche,
62
la luz a las tinieblas, del calor al fro, de la gracia al
pecado.
Con esto hemos comprendido tambin ya lo que es
propiamente el pecado. El pecado es lo contrario del
amor. El amor es unin, comunidad. El pecado es un
movimiento de alejamiento del prjimo hacia el propio
yo, salida de la comunidad y paso al aislamiento y a
la soledad, de la luz y del calor a la noche y al fro.
De cada pecado que comete un hombre se podra
decir: Sali. Era de noche. E l pecado significa salir
de la comunidad, de la comunidad de la Iglesia, de la
comunidad del matrimonio o de la amistad, de la co
munidad de los hermanos, de la comunidad con los
pobres y con los necesitados. Si caminamos en la
luz... tenemos comunin unos con otros (Jn 1, 7).
Quien ama a su hermano permanece en la luz
(2,
10). El que no ama, permanece en la muerte
(3 , 14).
Tambin en el Antiguo Testamento se entiende el
pecado como una falta contra la comunidad. Incluso
la ms antigua y breve ley de Israel, el Declogo
aun en el caso en que originariamente hubiera po
dido tener una forma diferente de la tradicional,
expresa una total referencia a la comunidad (x 20,
1-17; Dt 5, 6-21). Quien peca contra alguno de los
mandamientos, se desentiende del orden de vida de la
comunidad de Dios. Esto se aplica no slo a los seis
mand amientos que fijan los deberes para con el prjimo ,
sino tambin a los cuatro primeros, que conciernen a
los deberes del hombre para con Dios. Quien sirve
63
a dioses extraos, quien profana el sbado, rompe los
vivir solo consigo mismo. El pecado causa separacin,
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vnculos con la comunidad. Por eso en el antiguo Is
rael se castigaba con pena de muerte la transgresin
de uno cualquiera de los diez mandam ientos: el peca
dor se haba excluido de la comunidad del pueblo de
Dios y consiguientemente deba quedar excluido. Una
interpretacin ms tarda del Declogo, la ley deutero-
nmica (Dt 16-26), aade todava a la sancin de la
pena de muerte la siguiente advertencia: As b orrar s
el mal de en medio de tu pueblo (Dt 13, 6 y passim).
El pecado es una desercin de la comunidad y conduce
a la noche de la muerte.
Anlogamente, los profetas del Antiguo Testamento
consideran que est en la luz el que edifica la comu
nidad en el amo r: Si vistes al desnudo y no vuelves
tu ros tro ante tu he rm ano; ... Si quitas de ti la opresin,
el gesto amenazador y el hablar altanero, si das de tu
pan al hambriento y sacias al indigente, brillar tu luz
en la oscuridad y tus tinieblas sern cual medioda
(Is 58, 7. 9s). De tal predicacin proftica brot el gran
mandamiento del amor, que compendia ya anticipada
mente la tica del Nuevo Testamento: Amars a tu
prjimo como a ti mismo (Lev 19, 18).
El amor crea vida y comunidad. El pecado causa
separacin, enajenamiento, aislamiento. Destruye la
vida y produce la muerte. Y este aislamiento lo pro
duce el pecado por ambas partes. Incurre en aislamien
to el que se sale de la comunidad del amor, como lo
vemos en forma es pantosa en Judas. El que en su
desesperacin se entregara a la muerte, es slo la l
tima consecuencia de su salida. El hombre no puede
64
la separacin destruye la vida.
Hemos dicho que este efecto se produce por ambas
partes. El pecado causa aislamiento y crea peligro no
slo en el que sale, sino tambin en el que queda aban
donado. Cuando sali Judas se quedaron los apstoles
en un principio con Jess. Pero ms tarde tambin
ellos salieron. Los tres discpulos elegidos y prefe
ridos se durmieron cuando Jess en G etseman implo
raba asistencia. Poco despus le abandonaron todos y
huyeron. Pedro se desentiende de l con su triple ne
gacin. Jess queda solo y abandonado. Se encamina
solo al viernes santo. El que sale no slo se vuelve
solitario. Deja tambin solitario al otro, y no sola
mente solitario, sino adems en peligro. En efecto, en
su soledad y aislamiento est ms expuesto a las ase
chanzas, a la tentacin, al pecado. Por eso el mismo
Jess pidi ayuda a sus discpulos en G etseman.
Como estamos viendo, se trata siempre de relacio
nes personales: de la relacin personal del hom bre
con Dios, con su semejante, con el hermano. Cuando
aparto mi corazn del t y lo centro y mantengo en
m mismo, eso es pecado. El pecado no viene de ningn
Satn de fuera, sino de nuestro propio corazn. El
enemigo no es el diablo, sino nuestro propio
apego al yo, nuestro egosmo. Por eso tambin los
mandamientos van dirigidos con toda claridad a nos
otros: t ... , voso tros... haris esto o lo otro . Cada vez
que tenemos que decidir si queremos hacer el bien
o el mal, se trata de una decisin por el amor o contra
el amor. Ahora bien, en el amor se trata siempre
65
necesariamente del t y del yo; en l no tiene nada
9
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que ver un tercero.
Jess experiment dolorosamente cunta necesidad
tiene el hombre de la comunidad de amor. Por eso,
la noche misma en que sus discpulos lo abandonaron
y lo dejaron en la ms amarga soledad, les dej como
legado la cena de amor, creadora de comunidad. As
entendemos ahora por qu este banquete debe consti
tuir siempre el centro de la comunidad cristiana. En
efecto, en este banquete se hace visible una y otra
vez el amor, el amor del Seor, amor del que recibe
la vida la comunidad de los discpulos; amor del Seor,
que sabe que dicha comunidad no puede vivir sin
este amor, por lo cual el Evangelio de san Juan ates
tigua de l: Tras haber amado a los suyos que estaban
en el mundo, los am hasta el extremo (13, 1). Ahora
bien, la celebracin de la cena quiere hacer tambin
visible el amor de la comunidad misma de los disc
pulos. En esta sagrada cena debemos volver a penetrar
nos ntimamente cada vez de que fuera de la com unidad
no cumplimos el encargo del Seor. Evidentemente,
tambin la comunidad puede proporcionarnos dificul
tades y conflictos, en cuyo caso nos vemos tentados
a desprendernos de ella y salir. Tenemos que repeler
de nosotros esta tentacin. En efecto, de lo contrario
saldramos al pecado y a la noche. El que permanece
en la comunidad de los discpulos, permanece tam
bin en el amor del Seor.
66
MUERTE,
DNDE EST TU VICTORIA?
Hemos visto que en nuestra vida estn en pugna
la muerte y la vida. Dios cre al hombre bueno, pero
dbil, por lo cual ste constantemente peca y con el
pecado sirve a la muerte en lugar de servir a la vida.
No tenemos ms remedio que reconocer que Dios , a
ojos vistas, quiso poner en el mundo esta ley de la
\ lucha, que, por consiguiente, no est en contradiccin
con su plan creador.
La misma creacin fsica ofrece ya esta imagen.
En incontables manifestaciones se nos pone ante los
ojos el misterio de la muerte. Si llamamos a la muerte
misterio y co n raz n queremos dar a entender
con ello que la muerte es para nosotros algo incompren
sible. La muerte reina en toda la creacin y cada da
se nos presenta en una y otra forma. Sin embargo, nos
parecer que cuanto ms nos sale al paso la muerte,
tanto menos la comprendemos. Cierto que tambin la
vida rige toda la creacin, que est sujeta a la ley de
la vida como lo est a la ley de la muerte. Pero nadie
puede librarse de la impresin de que la ley de la
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des dimensiones: las guerras, las resoluciones, las
ca rta a los Ro ma no s que por el pcc.ulo i nim l.i 11
en el m und o, es qu e habla de la mu crio cu esc 'ululo
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contiendas civiles, que todava hoy extirpan pueblos
enteros. No, tambin el pequeo mal de cada da
hace profundas heridas y destruye la vida. Cuando una
persona deja abandonada a otra, y la relega al aisla
miento, lo que hace es destruir su vida. Cuando en el
matrimonio una persona va por sus propios caminos,
cuando un marido abandona a su mujer por otra, na
turalmente destruye una vida que se haba edificado
sobre la comunidad de amor. Se destruye tambin vida
cuando una madre no deja margen para la vida propia
de sus hijos, de modo que stos no pueden desarrollarse,
se ven cohibidos, no alcanzan una verdadera vida en
libertad. El que dispone de su semejante despticamen
te , rompiendo unilateralmente un pacto; el que engaa
a su semejante porque l es ms astuto, ms ducho
y experimentado que el otro; el que comete fraude
porque el otro tiene buena fe; el que aprovecha la situa
cin apurada y la dependencia de su semejante y lo
explota; todos stos destruyen la vida y se hacen cm
plices de la muerte. Todo esto sucede cada da en mil
y mil formas, sucede en medio de nosotros y sucede
por medio de nosotros.
Por consiguiente, entre el pecado y la muerte hay
un a conexin ms estrecha d e lo que solemos c reer.
Es cierto que pasadas generaciones , basndose en una
interpretacin literal del relato del P